En los laboratorios de una empresa farmacéutica en San Francisco, el joven científico Will Rodman realiza experimentos con chimpancés, en los cuales pretende descubrir los efectos de un virus que puede mejorar la recepción neuronal y proporcionar una cura para la enfermedad del Alzheimer. Uno de estos conejillos de indias muestra un desarrollo de la inteligencia por encima del promedio, pero el experimento se viene abajo cuando responde violentamente a los intentos médicos de someterlo a nuevas pruebas.
Sin embargo, en los laboratorios dejan una pequeña cría de mono, Willy decide perdonarle la vida y llevárselo a casa. El tiempo pasa, y después de unos años, el chimpancé apodado César, demuestra unas capacidades cognitivas extraordinarias al aprender rápidamente el lenguaje de signos, su coeficiente intelectual se multiplicará año tras año. Pero su desarrollado cerebro, crea una fuerte necesidad de relacionarse con un entorno libre y con una especie que no le trate como a un animal o un monstruo.
La evolución se convierte en revolución, así reza el eslogan americano de la película. Aforismo perfecto para contar esta precuela de la afamada Planeta de los Simios con fecha de 1968 sin olvidar el experimento de la nueva versión de Tim Burton en el 2001.
La película la podemos dividir en dos pequeñas partes, la primera que describe la evolución del mono a lo Frankenstein a través de un moderno Prometeo en busca de una cura para la enfermedad del Alzheimer. Y una segunda parte en la que la diversidad de lo monstruoso y el síndrome experimentado por la criatura crea las condiciones para un levantamiento digno de Espartaco a medio camino entre los pájaros de Hitchcock y una película de Shyamalan.